E L M A N T E L
La luz arropada del pasillo exalaba un ritmo lento
de solo sangre en celo
que pululaba en el flotante humo luminoso
por el mantel elevado entre la tarde y nosotros.
La hora del almuerzo marcaba su tiempo clandestino
juntando flores de tela en circulos de sueño
donde el pensamiento tocaba las imágenes
y un haz de palabras y rostros desabrochados
amparaba con su vaga realidad la encendida nube fija
que desde el cielo de la ventana
alumbraba nuestro silencio con los pétalos de una presencia.
La habitación entonces se doraba con telarañas de deseos
y ahogados por la queimada se hundían en el vapor de un instante.
Bajo la línea de flotación de misteriosos fluidos
transcurría expectante la espera
sin que nada alterase la electricidad azul de nuestras miradas;
hasta que ilusiones como hilos incandescentes
dividieron el mantel con sus luces de tormenta
y madrugadas con el fuego blanco de los truenos
lo tomaron con sus ramas de luna destemplada.
El estallido puro de las sombras de un sueño
fue entonces enterrado por la brisa de cuarzo de estos versos
que con sus luces de piedra
un caudal de pasión abre en el seno de un beso.
Un cuerpo inédito nos habitó con su extraña claridad de faro
a los que como navíos ciegos nos arrojábamos.
Pasan los años y la lenta escritura del tiempo
no tuvo nunca más las medidas desconocidas del mantel.
Solos, en el pasillo, apenas podíamos sostener la mirada
en la luz rosa blanca marchita, de nieve turbia
que desde el comedor hacia nosotros fluía y nos llamaba
con la desnucada palabra del que más allá de la vida
navegaba su niebla de ojos fijos.
Sobre la mesa, desligado de sí mismo
el mantel era el suave consuelo de nuestras debilidades.
jueves, 3 de septiembre de 2009
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