CONTADOR

viernes, 19 de marzo de 2010

¡MILANA BONITA!

A DON MIGUEL DELIBES (In memoriam)

Ahora que se ha ido, muchas y doctas plumas han panegirizado su obra -también su persona-.
No pretendo ni puedo aquí plasmar nada novedoso ni literario que ya no haya sido dicho y escrito sobre Don Miguel.
Ocioso sería y repetitivo además por añadidura.
Se dice de todo autor que sigue viviendo entre nosotros a través de su escritura, su música, su pintura, etc.
Cierto es.

Cada vez que una estrofa de 'La Odisea' es leída o citada, Homero asoma su faz con esa virtualidad con que los tiempos presentes nos enseñan colores distintos de un mismo cristal.

Cada vez que oímos cualquier fragmento de 'El Concierto de Aranjuez', el maestro Joaquín Rodrigo y las manos del no menos maestro Andrés Segovia, mecen su presencia en una vivida corporeidad, como cuando pensamos en ese amigo al que tiempo ha que no vemos pero no nos extraña su ausencia.

Cada vez que me situo delante de 'Las Meninas', no me resultaría extraño en absoluto que mi hombro fuese abordado por quien me toca queriendo preguntarme: ¿qué le parece? .-Insuperable, Don Diego (Rodríguez de Silva y Velázquez).
Siglos de ausencia no disminuyen su incuestionable vigencia.

Cada vez que el Azarías exclame al viento 'milana bonita', la corte de santos inocentes seguirán dando fe de una literatura labrada en esos campos de Castilla que antes que Don Miguel Delibes, otro escribano inmemorial como fue Don Antonio Machado también dio cuenta de sus hechuras.
La vida, toda ella entera, cabe parcelada en un palmo de folio con el sello inigualable de ese juntador de palabras que es -por siempre- Don Miguel Delibes. Eterno como su Diario, orientado al Norte, trillado por los campos de Castilla.
Un disputado y humilde voto propiedad del señor Cayo, supo ilustrar la pugna política mejor que la mejor columna periodistica. Cobíjense de temporales quienes pretendan edificar con otras palabras la incierta pretensión de acercarse sin pudor a la sombra alargada de ese ciprés plantado en la Literatura por el imaginario de un cabal entre los cabales.

Se fue Don Miguel sin la vitola áurea de los académicos de Estocolmo, ¿y qué?.
Otros la han llevado, la llevan y la llevarán, ¿y qué?.
Para la mujer vestida de rojo sobre fondo gris no resulta nada más que un estado de percepción ajena a lo verdaderamente importante, como son tantos personajes paridos sobre un papel con el único -ni más ni menos- propósito de hacernos entender el mundo como pocos han podido hacerlo de más certera forma.

Que le vaya bien, Don Miguel. Permítanos custodiar su recuerdo, ya que no nos es permitido hacerlo posible con su noble presencia.

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